La obsesión colombiana por los TLC

Publicado en por CONTRAPUESTOS

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Publicado el 03-07-09

Existe un cierto consenso en la concepción internacional sobre las características del mundo actual, patentizado en la noción de globalización. Sin embargo, cuando se mira más detenidamente el concepto hay variadas interpretaciones de su real significado.

Para unos es la ampliación del espacio del flujo de mercancías entre países. Para otros es la ruptura de las fronteras nacionales, de las distancias geográficas y temporales para realizar transacciones financieras en tiempo real. También hay quienes la refieren a la circulación de contenidos culturales por las diversas redes de información que posibilitan la Internet y el mercadeo.

Nadie, desde luego, la asocia con el libre movimiento de personas, en épocas de creciente xenofobia y marginalización, agravada por la crisis generalizada que atraviesa el planeta. El concepto de globalización se torna aún más relativo cuando se examinan los cambios que han sufrido los escenarios del relacionamiento entre países, tanto en el plano político, como en el económico.

Del multilateralismo surgido de la Segunda Guerra Mundial con grandes instituciones de negociación política como la Organización de las Naciones Unidas y económica más tarde, como la Organización Mundial del Comercio, desde los primeros años del presente siglo se asiste al unilateralismo (en la definición de conflictos) o al bilateralismo (en las relaciones comerciales), todo esto liderado por Estados Unidos bajo la égida del ex presidente George W. Bush, aunque con la llegada al poder de Barack Obama, -por lo menos en sus declaraciones- se ha prometido revertir esa postura.

Vista la situación de Colombia en perspectiva de estos movimientos, es aún menos claro el estatus global. Históricamente el país ha abrazado la doctrina del Respice polum: mirar al norte, es decir a E.U., lo que se traduce en su profunda dependencia en lo económico y lo político con ese país. Principio de comportamiento que si bien ha provisto de un mercado relativamente seguro para productos primarios y una vuelta de recursos financieros y de tecnología con variados grados de obsolescencia -que permitieron un cierto avance en la modernización económica-, no han significado la oportunidad para un verdadero despegue hacia el desarrollo.

El punto de mira sigue siendo el gigante estadounidense y su gran mercado de 350 millones de personas, que se supone disponible para recibir todo lo que se le envíe. Esto se refleja en los flujos de comercio, que siguen estando dominados por la balanza con ese país, si bien otros mercados como los cercanos andinos permiten enviar productos industriales con mayor incorporación de valor agregado y generación de empleo, a la vez que posibilidades de avance tecnológico, viabilizado por procesos de aprendizaje en la producción.

El afán del Gobierno

Consistente con la tendencia histórica, el gobierno de Álvaro Uribe Vélez comenzó una negociación con E.U. de un TLC bajo la premisa de que sería una negociación tan rápida que en ocho meses estaría cerrada, lo que ya de partida constituía una posición equívoca al plantear a la contraparte una urgencia manifiesta que le permitía imponer sus condiciones, dado que Colombia se declaraba dispuesta a firmar 'como fuera'.

Y lo que fue, constituyó una de las peores negociaciones internacionales que el país haya adelantado: un acuerdo de adhesión a las exigencias presentadas por los negociadores estadounidenses en donde se cedió la soberanía nacional y se sentaron condiciones para que las grandes corporaciones transnacionales de ese país exploten los recursos naturales, inunden el mercado con sus mercancías y expropien los conocimientos ancestrales y culturales.

Ahora bien, alguna conciencia de la debilidad de una posición tan dependiente de un sólo país y de la posibilidad de abrir otros frentes de negocios para las élites económicas llevó al actual Gobierno a buscar otros socios comerciales mediante la negociación de más tratados bilaterales.

Repentinamente, y sin que estuviera en ninguno de los planes de Gobierno, se planteó la meta de cerrar a más tardar en 2010 nueve TLC con 45 países, una estrategia que parecería tener grandes ventajas, pues eliminaría la excesiva dependencia unipolar.

No obstante, el comercio internacional es un medio y no un fin en sí mismo, como parece entenderlo el Gobierno. Hay que mirar las condiciones en que se negocia, las metas objetivo y en todo caso buscar como resultado el bienestar de la población, poco de lo cual se observa en las negociaciones adelantadas.

Pese a lo absurda que pueda parecer la estrategia del Gobierno, tiene su lógica si se mira dentro del modelo económico de país que proyecta para la sociedad colombiana: uno de gran producción agropecuaria, tipo palma africana o caña de azúcar y de explotación minera, ambas enfocadas hacia la exportación.

Un proyecto de futuro por ampliar el mercado interno mediante el fomento de la educación, la ciencia y la tecnología, que permitan el desarrollo industrial generador de empleo y por lo tanto integrador del 60 por ciento de la población marginada de los circuitos económicos queda, paradójicamente, en el recuerdo de los proyectos modernizantes del pasado.

TLC con la Unión Europa, más de lo mismo

Con la misma consigna de cerrar cuanto antes las negociaciones, dados los problemas que atraviesa el Gobierno peruano con los indígenas amazónicos por la aplicación del tratado con E.U., se adelanta por estos días la IV Ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio entre Colombia, Perú y Ecuador con la Unión Europea.

Y aunque es presentado como un tratado con inmenso potencial, ya que se trata de un mercado de 500 millones de personas, la realidad muestra que el comercio que absorbe la UE proviene fundamentalmente de 49 países que registran mayor productividad y precios muy por debajo de los que podría proveer Colombia.

Las exigencias de la UE en la negociación buscan fortalecer la protección a la propiedad intelectual más allá de lo normado en la OMC y lo acordado con E.U., lo que tiene alto impacto en diversos ámbitos.

Todo indica que no habrá ningún cambio en el modelo primario-exportador de inserción internacional que ha seguido el país en las últimas décadas, con nulas ventajas para el desarrollo del Siglo XXI, centrado en la incorporación de conocimiento a los bienes y servicios.

ÁLVARO ZERDA SARMIENTO. Investigador del Observatorio de Economía del CID.

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